miércoles, 12 de junio de 2013

ROBERT SILVERBERG - La torre de cristal, 2010 (1970)

Hace unos días moría Ian M. Banks. Todos los días muere gente. Ya. Es más; hay personas de las cuales nos enteramos que aún estaban vivas porque nos dan la noticia de su muerte. En realidad me pasó una semana antes con Jack Vance. Bueno; lo que quería decir es que al saber que había muerto Banks leí su biografía. ¿Cómo había vivido? Era un escritor de cierta fama en Gran Bretaña, aunque aquí, en este país que a veces parece mirar de soslayo a la cultura, era un absoluto y perfecto desconocido; sí, desconocido, salvo para la irreductible aldea de los escritores y lectores más empedernidos. Banks dedicó su vida a escribir y a su amor, al menos a su último amor, lo que ya es algo. Escribía durante tres meses al año y los otros nueve los dedicaba a otras cosas; porque la vida ofrece tantas cosas... En fin. ¿A quién no le gustaría vivir así? A mí sí, y me ha pasado otra vez al leer La torre de cristal, de Robert Silverberg.

La torre de cristal tiene muchas lecturas, evidentemente. A mí la que me ha llegado es

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