sábado, 25 de agosto de 2012

CORDWAINER SMITH - La dama muerta de Clown Town (1966)


Siempre sorprende y engancha con esa prosa tan humana que llama al corazón del lector, obligándole a confesar, a reconocer las verdades. Así es Cordwainer Smith. Ya no es sólo la cultura china que alimenta el trasfondo de sus relatos, sino la espiritualidad de los personajes y de sus historias. Es un autor tan incomparable como desconocido para el gran público. Me deslumbró con una recopilación de sus relatos, Piensa azul, cuenta hasta dos, y me dejó conmocionado con Norstrilia. No menos interesante es En busca de tres mundos, en la que nada es lo que parece.

En La dama muerta de Clown Town los protagonistas son ese sujeto colectivo tan del agrado Cordwainer Smith, las subpersonas, seres mitad hombres mitad animales, producto de
un laboratorio y de la necesidad de las personas verdaderas. Es ese colectivo tan presente en las fábulas chinas y europeas: el animal que piensa como un ser humano, pero que guarda ciertas características de su especie. En Norstrilia aparecía la sensual G’Mell, esa hembra gata, creada para el placer. En La dama muerta es P’Juana, la niña perra, que cambiaría la historia de los mundos.

Y, como no podía ser de otra manera, Cordwainer lo cuenta al modo de una fábula basada en un hecho histórico, como si novelara lo que sabe todo el mundo y constatan los libros de historia. Todo empieza con un doble error, o dos casualidades: el rubí del programador de personas tembló, y el supervisor –un músico- no atendió a la alarma del ordenador. El tipo siguió cantando “Elena, Elena”, y la máquina, basándose en que una persona verdadera no se equivoca dos veces, siguió adelante con la creación de la persona dándole ese nombre antiguo. Elena fue creada con grandes aptitudes para la brujería y con la indicación de que tomara educación médica. Así se la envió al planeta Fomalhaut III, donde vivía sin hacer nada porque nadie la necesitaba.

Un día recibió un aviso. Era la Dama Pans Ashash, muerta, pero cuya inteligencia había sido grabada en un robot. La dama muerta –sí, ésta es- la invitó a entrar en Clown Town, conocido también por el Túnel de Englok o el Pasillo Marrón y Amarillo –no en vano eran unas cloacas-. Allí estaban las subpersonas que habían huido de la muerte, porque cuando una subpersona deja de resultar útil, se la elimina. La Dama ha profetizado que vendría una persona verdadera con un nombre antiguo, y que junto al Cazador –un personaje extraño, que caza a través de la telepatía-, le darían a la niña P’Juana un mensaje que cambiaría los mundos. Elena y el Cazador tienen que ser amantes para que la profecía se cumpla y P’Juana cumpla su destino. Cuando esto sucede los tres son uno en P’Juana –como si fuera la Santísima Trinidad, y no lo digo por decir-.

P’Juana, ahora Juana, volvió a Clown Town y llevó la buena nueva: eran personas, no subpersonas, y tenía el arma para conseguirlo, que era el amor y la buena muerte. Se trataba de una revolución. Las subpersonas estaban deseando creer y cambiar y siguieron a Juana a Kalma, la ciudad de las personas verdaderas. Aparecieron entonces los soldados robots –la tercera especie en discordia-, pero Juana y la Dama Panc Ashash les dijeron que les amaban. “Si te aman es que existes”, lo que desconcertó a los robots. La consciencia, la constancia de la existencia, hizo que se produjera el motín de los robots. La capacidad de decisión les convertía en hombres, y decidieron suicidarse.

Tuvieron que venir soldados humanos para acabar con la revolución de Juana. Las subpersonas fueron asesinadas, pero morían dignamente, con Humanidad, venciendo a la muerte, mirando a su ejecutor a los ojos y diciéndole que le amaban. Los hombres saben cómo y cuándo mueren, pero es importante elegir el por qué. La libertad nos hace libres. Juana fue juzgada y sentenciada a morir en la hoguera. Cordwainer Smith cuenta esta parte de forma magistral, y nos hace llegar los sentimientos de todos; de los espectadores, los jueces, los ejecutores y la víctima. Es la conmoción ante la entereza y el mensaje de Juana. Los Señores de la Instrumentalidad que han juzgado el caso determinan que se le borre la memoria a Elena y al Cazador, pero la memoria de Juana permanece en personas y subpersonas.

El mensaje religioso es más que evidente, y el paralelismo con los judíos y Jesucristo está claro. El estilo que Cordwainer adopta, el papel que otorga a cada personaje y el mensaje de Juana, con la profecía, la Trinidad, la liberación a través del amor, del ser verdadero y el deseo de cambiar el mundo, las subpersonas ocultas en catacumbas, es como si tuviera como referente a las primeras comunidades cristinas. ¿Y la dama muerta? ¿Qué papel juega? Cordwainer Smith dice en un par de ocasiones que para ella se trata de una maniobra política, porque, como buen politólogo, nuestro autor sabía que todo es política. Pero la dama muerta muere, y sólo queda el mensaje de Juana, que perdura en la gente de los mundos.


La novela termina con el alumbramiento del hijo de Elena y el Cazador, el hombre que sería el Señor de la Instrumentalidad llamado Jestocost, el primero, porque de siete que se distinguirían por su humanitarismo y su aprecio por las subpersonas, hasta el séptimo Jestocost, el que tuvo el encuentro con la mujer gata en La balada de G’Mell, y un papel importante en Nostrilia.

2 comentarios:

  1. Cordwainer Smith era un genio, así de claro. Hace tres años, en la estación de tren de Santiago de Compostela, me agencié toda la Instrumentalidad en edición de bolsillo. De camino a casa, tras 12 horas de tren y paradas, había acabado con los dos primeros volúmenes. Para mi fue todo un descubrimiento. Defines muy bien su estilo y me alegra mucho que alguien recuerde a este grande (quizás no tan popular) entre los grandes.

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    1. Gracias, Pedro. Seguro que es un viaje en tren que nunca olvidarás.
      Saludetes

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