sábado, 11 de abril de 2009

STANISLAW LEM - Retorno de las estrellas, 2005 (1961)



¿Polaco? Era polaco. En mi suprema ignorancia no me había ni siquiera preguntado de dónde era Stanislaw Lem. La verdad es que antes de toda esta aventura literaria Lem me parecía un petardo. Ya lo he dicho. Y la impresión me la dio, si bien de forma espuria, una película: Solaris. El filme de Steven Soderbergh me aburrió, me pareció poca cosa, lento, lento. Y George Cloney, un tipo simpático y guapo sin recursos artísticos. Eso sí, en cuanto me introduje en la biografía de Lem me di cuenta de a qué autor me estaba enfrentando, quizá al más grande de la CF europea del siglo XX. Creo que a un escritor se le puede considerar de los grandes si tiene al menos dos obras de enorme relevancia social e influencia literaria, y Lem es uno de ellos si a Solaris le sumamos Diarios de las Estrellas (1957).


El escritor como personaje, en cambio, no me pareció tan elogiable. A parte de su contribución a la resistencia polaca al nazismo –parece ser que robó unos explosivos-, su oposición al régimen soviético es inexistente. Es más, el amigo Stanislaw llegó a ser un literato que la dictadura paseaba. De hecho, él mismo contaba con placer que era recibido como un héroe en la Unión Soviética. Tras una primera censura, Lem fue bastante acomodaticio con el régimen comunista a pesar de estar más cercano al “socialismo con rostro humano” que se estilaba en Checoslovaquia en los años sesenta. Es posible que se tratara del instinto de supervivencia, no en vano se conocía la suerte de otros escritores más valerosos, como es el caso de Solzhenitsyn o del físico nuclear Andréi Sájarov, a los que empadronaron a la fuerza en Siberia. Esto explica que aceptara en 1972 el pertenecer a la Asociación de Escritores de Ciencia Ficción en América, y que a continuación se dedicara a criticarlos calificándolos de “charlatanes” –lo que sorprende viendo la producción literaria del decenio anterior, ya en buena parte clásica en el género-. Le expulsaron, claro, y luego intentaron sin éxito reincorporarlo. Dicen que tenía muy mal humor y una sordera que utilizaba a conveniencia.

Pero vamos a Retorno de las estrellas. Sus primeras páginas no son fáciles. Las descripciones de la situación de la sociedad terráquea son desquiciantes. Lem intenta transmitir la confusión que sufren los astronautas que regresan a la Tierra hilando un sinfín de extravagancias inimaginables. El efecto lo consigue –vive Dios, que sí- pero demuestra también la paciencia del lector. Es un filtro magnífico para separar lectores pacientes y concienzudos de los ligeros. La historia me ha recordado mucho a la situación de los soldados que vuelven a casa después de pasar cuatro o cinco años en el frente: ni los valores, el estilo de vida ni las personas son las mismas que idealizadas dejaron atrás.
En la obra de Lem no existe un gobierno visible, quizá por el miedo a sufrir la censura comunista. Lo que sí es evidente es la determinación que la tecnología ejerce sobre la sociedad; pero esto es tan marcado que hasta las características del ser humano cambian. Hay un momento en que Hal y Olaf –el protagonista y el supuesto amigo- debaten sobre lo que se han encontrado a su regreso de las estrellas, y el segundo dice que habían quitado del hombre lo que le hacía humano. Se refieren a la “beatrización”, una modificación genética que elimina del individuo el deseo de arriesgar su vida y le infunde un temor constante a ponerla en peligro. Por esta razón, en esa sociedad se eliminan, por ejemplo, los deportes, pero también los vuelos espaciales.

A partir de aquí, la novela aborda los temas filosóficos centrales de la CF: la soledad en la multitud y la cuestión de la normalidad. Los astronautas se sienten solos y fuera de lo normal. Esto llega a ser atractivo para los excéntricos, pero esta realidad les hace sentir más aislados y anormales. Es como si fueran piezas de museo; es más, aquellos objetos que para ellos eran cotidianos y “eternos” han desaparecido, y únicamente los pueden adquirir en tiendas de antigüedades. Lem describe una sociedad ajena al capitalismo, como es lógico para un habitante del mundo comunista que quisiera seguir viviendo, pero no hay referencia a ninguna administración. Sólo aparece la Universidad y sin connotaciones de ningún tipo.


La tercera cuestión que aborda es la fragilidad del ser humano en la creación. Hay una mención indirecta a Dios cuando habla de que parece que algunos planetas los había hecho alguien para que el hombre los viera; pero nada más. Sin embargo, la descripción ficticia del universo y el paso fugaz del hombre dejan la sensación de temporalidad. Es más, Hal intenta recomponerse al final volviendo de forma inconsciente al lugar en el que había pasado la mayor parte de su juventud. Un monte que permanecía inalterado en contraste con la volatilidad de su casa, una construcción humana. Las últimas frases son esclarecedoras: “La nieve de la cima ardió en oro blanco, destacó, poderosa y eterna, contra las sombras violentas del valle. Y yo, sin cerrar los ojos llenos de lágrimas, en los que irrumpía esta luz, me levanté despacio y empecé a bajar por la ladera. En dirección al sur, donde estaba mi casa”.

Una sensación me invadió durante toda la lectura, y era que los robots eran más humanos que los hombres que los habían creado. La amabilidad y la pasión por vivir resultaban más creíbles en esos seres cibernéticos que en las personas. La escena en la que Hal acompaña al esposo de Eira a su trabajo, una chatarrería, es sencillamente espeluznante. Las peticiones de clemencia y los alegatos a favor de su utilidad denotaban una conciencia del ser y del futuro, del pesar de la existencia y de su pérdida, mucho mayores que los demostrados por los personas. La omnipresencia de los robots en la CF es típica, lo que no viene a ser más que la adaptación del Nuevo Prometeo de Shelley. Por cierto, la nave en la que Hal, Olaf y compañía surcaron el espacio se llamaba precisamente así, “Prometeo”.

En definitiva, buena novela si lo que buscamos son cuestiones filosóficas sobre las que pensar, rodeada de guiños de la CF clásica.

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